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Mostrando entradas de diciembre, 2010

La Encarnación-Dios Envió a su Hijo para Salvarnos

Y aquel Verbo fue hecho carne, y habitó entre nosotros (y vimos su gloria, gloria como del unigénito del Padre), lleno de gracia y de verdad. Juan 1:14 La Trinidad y la Encarnación van a la par. La doctrina de la Trinidad afirma que el hombre llamado Jesús es verdaderamente divino; la de la Encarnación afirma que el Jesús divino es verdaderamente humano. Juntas, proclaman la realidad plena del Salvador que presenta el Nuevo Testamento, que vino desde junto al Padre, cumpliendo la voluntad de éste, para convertirse en el sustituto de los pecadores en la cruz (Mateo 20:28; 26:36–46; Juan 1:29; 3:13–17; Romanos 5:8; 8:32; 2 Corintios 5:19–21; 8:9; Filipenses 2:5–8).

La Humanidad de Cristo-R. C. Sproul

Que Dios haya tomado sobre sí mismo una naturaleza humana real es una doctrina crucial del cristianismo histórico.   El gran concilio ecuménico de Calcedonia, en el año 451 d. C. declaró que Jesús es verdadero hombre y verdadero Dios y que la humanidad y divinidad de Cristo están unidas sin confusión, sin mutación, sin división y sin separación, cada naturaleza conservando sus propios atributos. La verdadera humanidad de Jesús ha sido atacada principalmente en dos formas.  La iglesia primitiva se vio obligada a combatir la herejía del docetismo , que enseñaba que Jesús no había tenido un cuerpo físico real ni una verdadera naturaleza humana.  Argumentaban que Jesús meramente “parecía” tener un cuerpo pero en realidad era un ser fantasmal.  Para contrarrestar esto, Juan declaró con total firmeza que aquellos que negaban que Jesús había verdaderamente venido en la carne eran del Anticristo.

¡Más Vivo que Nunca!

¿Cómo se Produce el Nuevo Nacimiento? Rescatado, Levantado y Llamado Una de las cosas perturbadoras acerca del nuevo nacimiento, que Jesús dice que todos debemos experimentar para ver el reino de Dios (Juan. 3:3), es que no lo podemos controlar. No decidimos que suceda, así como un bebé no decide que su nacimiento suceda, o de manera, más exacta, que su concepción suceda.  O más precisamente aún: no decidimos que suceda como tampoco los muertos pueden decidir darse vida a sí mismos.  La razón por la que necesitamos nacer de nuevo es que estamos muertos en delitos y pecados.  Por eso necesitamos el nuevo nacimiento, y por eso no podemos hacer que suceda.  Esa es una razón por la que hablamos de la gracia soberana  de Dios.  O mejor aún: esa es una razón por la que amamos  la gracia soberana de Dios.