El Cristianismo honra la vida de la mente, no porque celebra el poder del intelecto humano, sino porque Cristo mismo instruyó a los Cristianos a amar a Dios con corazón, alma y mente.
SER HUMANO ES PENSAR, y pensar es operar dentro de una visión del mundo. Cada individuo opera en un conjunto básico de convicciones acerca de la realidad, la verdad, lo que es significativo, y cómo funciona el mundo. Como criaturas pensantes, creamos, percibimos, asimilamos y basamos nuestro pensamiento en ciertos supuestos intelectuales que, en esencia, nos permiten que el mundo tenga sentido para nosotros.
No hay nada distintivamente cristiano en tener una cosmovisión. El proceso mismo de la actividad intelectual requiere algún tipo de marco, y ninguna idea es independiente de los supuestos precedentes. Como seres humanos, no podemos iniciar ni siquiera un momento de actividad intelectual sin la dependencia de supuestos que son, en esencia, pre filosóficos. Esto es verdad para todos los seres humanos, sin importar el contenido actual y la forma de sus cosmovisiones.
El gran desafío para el cristiano es elaborar una visión del mundo que sea distintivamente cristiana en su forma, contenido y estructura. Esta no es una tarea fácil, especialmente en un mundo intelectualmente complejo que se caracteriza por una increíble diversidad de cosmovisiones e ideologías.
En esta generación, un número creciente de cristianos entienden la responsabilidad de desarrollar una cosmovisión cristiana. Sin embargo, para muchos de estos cristianos, el desarrollo de una cosmovisión cristiana se reduce a ciertos principios convincentes que se supone que conducen a ciertas conclusiones pragmáticas y aplicaciones prácticas. No hay escasez de seminarios, libros, cursos y programas dirigidos al desarrollo de la cosmovisión cristiana. Hay buenas razones para estar agradecidos por esta recuperación del interés en el desarrollo de una visión cristiana del mundo, pero hay una necesidad aún mayor para avanzar hacia una comprensión más integral de la cosmovisión cristiana, que encuentra su principio y fin en la gloria de Dios.
El Cristianismo reconoce y afirma la importancia del intelecto. La vida de la mente se entiende como una cuestión central en el discipulado cristiano. El cristiano debe no sólo vivir en obediencia a Cristo, sino también para servir a Cristo a través del desarrollo de una mente distintivamente cristiana.
Son demasiados los cristianos que ignoran el componente intelectual del discipulado. Esta trágica realidad conlleva un malentendido del evangelio, porque el evangelio de Jesucristo requiere una comprensión cognitiva. En otras palabras, hay un conocimiento que es fundamental para la fe cristiana. Como el apóstol Pablo lo deja claro en Romanos 10, la fe viene por el oír, y que la fe está esta fundada sobre clamores verdaderos no negociables y necesarios para la salvación.
La fidelidad cristiana requiere el desarrollo de las capacidades intelectuales de los creyentes para que podamos entender la fe cristiana, desarrollar hábitos de pensamiento cristiano, formar intuiciones que estén basadas en la verdad bíblica, y vivir en fidelidad a todo lo que Cristo enseña. Esta no es tarea fácil, por cierto. Así como el discipulado cristiano exige un crecimiento y desarrollo, la fidelidad intelectual requiere de toda una vida de estudio dedicado, pensamiento consagrado y reflexión analítica.
Como Anselmo de Canterbury, un teólogo cristiano líder del siglo XI, hizo la afirmación clásica, la tarea cristiana está bien definida como "fe buscando entendimiento". En otras palabras, la fe cristiana honra la responsabilidad intelectual y la vida de la mente. La fe que justifica a los pecadores es una fe que requiere un cierto conocimiento y conduce a la responsabilidad de avanzar en el conocimiento y la comprensión con el fin de pasar "de la leche a la carne" en términos de sustancia intelectual.
La afirmación cristiana de la vida de la mente ha producido escuelas, colegios, universidades, seminarios y un sinnúmero de otros centros de actividad intelectual. El surgimiento de la universidad puede remontarse directamente al vigor intelectual del cristianismo medieval. El cristianismo honra la vida de la mente y ha hecho de la alfabetización un tema central de la preocupación de la iglesia. El cristianismo es una religión del libro-la Biblia-y es una fe que toma las tareas de lectura y escritura con profunda seriedad.
En conclusión, el cristianismo honra la vida de la mente, no porque celebra el poder del intelecto humano, sino porque el mismo Cristo instruyó a los cristianos a amar a Dios con corazón, alma y mente.
El hecho de que Dios mandó que le amaramos con nuestras mentes indica en un sentido más profundo e inconfundible que nuestro Creador nos ha hecho conocerle con el fin de amarle y buscar su gloria por encima de todo lo demás. Entendido a la luz de esto, nuestra capacidad intelectual y el discipulado de la mente son para culminar en el desarrollo de una cosmovisión cristiana que comienza y termina en la gloria del Dios que se auto revela en la Biblia.
Tomado de: Albert Mohler. The Glory of God and the life of mind. November 12, 2010.
Traducido por: Ed Osuna.
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